Para la mayoría de nosotros, o para
todos nosotros, casi siempre, la realidad es un hecho al que le damos todo el
crédito solo mirando su primera apariencia, su primer rostro o capa. Pero
también nos habrá ocurrido alguna vez
que hemos sido sorprendidos por esa realidad que estaba ahí y no
habíamos visto, y la liquidamos con la respuesta simple de la apariencia, y
decimos «eso no me lo esperaba», o «mira todo lo que hay detrás».
Pero la realidad, por decirlo de alguna
manera, el hecho que se nos presenta o miramos, es realmente el mismo, poco
variable ante nuestra observación. Somos nosotros los que podemos penetrar en
esa realidad a una profundidad u otra, desde un punto de vista u otro, desde
pocos o muchos puntos de vista. Y, así, comprenderla de formas diferentes.
Para un pintor, una pintora, de los que
llamamos figurativos, todo esto es muy palpable y muy a tener en cuenta. En el
encuadre no habrá solo una posición, sino una actitud del artista. En los ojos,
cuando los pinte, no estará solamente su forma, sino el espíritu del retratado,
su espíritu interpretado. Y completarán la escena una buena cantidad de
elementos rescatados, codificados, revalorados, que sugieren ya otros niveles
de la realidad y que, seguramente, interesan más que los que resultan objetivos
para todas las miradas.
Pedro, en esta novela, nos sitúa en un
encuadre decidido e interesado. La realidad que nos pone como base es rica,
rigurosa, enmarañada en una realidad que parece notarial, de crónica histórica.
Para que quede bien claro que es verdad, una primera solera de la realidad.
Como si la inventiva, ahí, en ese nivel, se hubiera circunscrito a la verdad,
elegida ya, incuestionable por lo real. Es la primera intención del autor.
Luego aparecen las otras realidades en
las que se proyectan muchos y ricos pensamientos, análisis de lo que ocurre, y
se nos da ya evolucionado. Lo social, la cultura y, este es para mí el paso
atrevido y resuelto de manera brillante e incuestionable, los otros estratos de
esa realidad, escondida, administrada por los que mandan, porque, en el fondo,
los ciudadanos que se forman con una educación ideologizada con intención de
someter no pueden acceder, entender alguno de esos estratos. Nada más y nada
menos que las sectas, una realidad que forma parte del acontecer desde el
principio de los tiempos. El sectarismo, el proselitismo, la creación
interesada de obedientes, el uso del ser humano como extraños anunnakis al
servicio de oligarcas o desviados poderosos.
Pero lo muy valioso de esta novela,
respecto al contenido, al que me quiero ceñir, es que esa realidad notarial a
la que aludía, respecto a lo que solemos ver todos, y esos estratos más
profundos, desconocidos, misteriosos, subterráneos, que también están en la
novela, tienen el mismo rigor, la misma veracidad, el mismo desarrollo
equilibrado y valiente que todo lo demás. Como si la primera parte, ese
cimiento, estuviera por sí mismo y también para avalar sin cuestionamiento
alguno lo que pudiera parecer pura ficción.
Así que esta novela es una invitación a
un viaje a distintos niveles de la realidad, desde lo más palpable y aparente
has las otras escondidas, haciéndonos recorrer con nuestra mente otros mundos a
los que nos lleva la buena narración, accesible, intrigante, rica, precisa y
sorprendente.
Para mí, que puede que sea más de
ficción y de abstracción, creo que me he encontrado todo junto, bien
armonizado.
Y ahora, la pregunta al autor: ¿Siguen estando entre
nosotros esas realidades?